La herencia de David Sobrevilla, por Miguel Giusti

Teniendo nuestro país tan escasa memoria histórica, y siendo la filosofía entre nosotros, como bien dijo alguna vez Francisco Miró Quesada, un “olmo que da peras”, es un verdadero deber honrar la memoria de David Sobrevilla y expresarle un reconocimiento público por lo que hizo por la cultura y la filosofía en el Perú. Es una lástima que nos haya dejado tan pronto, y tan súbitamente, porque esperábamos de él todavía una obra conclusiva que nos transmitiese su visión de las cosas con la experiencia del camino recorrido.

 

David Sobrevilla fue, ante todo, un académico riguroso que mantuvo una notable capacidad de trabajo y una gran autonomía de pensamiento a lo largo de toda su vida. No cedió nunca, como es tan fácil y hasta habitual en el Perú, a las tentaciones del poder político ni a los encargos administrativos o de representación que seducen con frecuencia a los intelectuales. Debió por ello llevar una vida austera y sortear con tenacidad los avatares de la inestabilidad institucional universitaria a fin de preservar un espacio privado para sus investigaciones. Quiso ser, y lo logró, una persona dedicada por entero a la vida académica; fue por eso, con toda justicia y en el sentido indicado, una “pera de nuestro olmo filosófico”.

 

Se sentía orgulloso, y con razón, de pertenecer a una ya legendaria generación de filósofos sanmarquinos, que dio presencia y prestigio a la filosofía en el Perú en muchas de sus posibles versiones o ramificaciones, una generación compuesta por pensadores como Augusto Salazar Bondy, José Antonio Russo Delgado, Juan Bautista Ferro, Walter Peñaloza o el propio Francisco Miró Quesada. Se presentaba siempre, por eso, como “filósofo de San Marcos”, pese a que tuvo que migrar temporalmente a otras universidades a través de los años.

 

El parentesco con esa generación era no solo cronológico, sino también ideológico. Precisamente por ello, Sobrevilla se creyó obligado a tomar posición en una disputa que había entretenido por muchos años a aquellos pensadores, contagiados por una preocupación continental contemporánea, en torno a la identidad o la originalidad de la filosofía en América Latina. En polémica imaginaria con Augusto Salazar Bondy, sostuvo así Sobrevilla que la “tarea” de la filosofía en nuestras tierras no podía ser simplemente la de rechazar la tradición europea, sino más bien la de reapropiarse críticamente de ella a fin de hacer posible luego el replanteamiento de sus problemas desde una perspectiva cultural propia. Defendió esta tesis programática con firmeza en muchos de sus escritos, en ocasiones a través de encendidas disputas.

 

La mayor parte de su obra, sin embargo, estuvo dedicada al estudio de la filosofía alemana, particularmente a la filosofía del arte (campo en el que se había especializado), es decir, a la primera parte de lo que él mismo consideraba la tarea principal de nuestra filosofía: a la “reapropiación” de la tradición europea. También compuso importantes libros sobre la historia de las ideas o sobre la teoría literaria en el Perú. Fue un autor y compilador prolijo y dio muestras de poseer un sorprendente espíritu enciclopédico a través del cual se revelaba con nitidez el inmenso trabajo invertido en la recolección de datos sobre todos los autores de su interés.

 

Por muchos años, fue además el gran promotor de la actividad filosófica en el Perú. Organizó muchos congresos o coloquios nacionales e internacionales, participó en muchas sociedades y redes internacionales de filosofía, viajó por todo el país dando conferencias y alentando los debates académicos, y logró convocar a muchos intelectuales de prestigio mundial que animaron la escena cultural en nuestro medio, entre ellos a Jürgen Habermas, Ernst Tugendhat, Ernesto Garzón Valdez, Hans Blumenberg o Mario Bunge.

 

Por su obra y su presencia continua en la vida cultural peruana, así como por su activa y original participación en los debates filosóficos del mundo entero, le debemos sincera y permanente gratitud. Es una pena que su partida prematura no me haya permitido expresárselo de manera más directa y más clara.

 

Fuente: El Comercio